La presencia del hecho religioso es la argamasa que rellena y oculta los vacíos históricos de la novela

Contar el pasado es novelar

Decía el viejo Unamuno que contar el pasado es novelar. La memoria no puede recordar todos los sucesos y se ve obligada a llenar los huecos vacíos con ficción para dar sentido a la vida o al relato. Así, la licencia concedida a Ana Medina y Antonio S. Reina es, faltaría más, historia novelada o novela histórica. Sin embargo, este libro de “El Pez de Barro” da algo más al género, algo que me atrae especialmente: la presencia de un personaje metafísico, a saber, la fe en su estado primigenio y original. La presencia del hecho religioso es la argamasa que rellena y oculta los vacíos históricos de la novela. Con una prosa ágil y limpia, un trabajo de documentación bibliográfica y arqueológica impecable y un buen pulimentado de personales cuyo perfil vital entraña grave dificultad, Ana y Antonio crean y viven una historia de fe original. Original en ambos sentidos de la palabra: como relato novedoso dentro de la narrativa actual y como búsqueda de la genealogía de la fe cristiana. Busca contar cómo vivían esas primeras comunidades cristianas del siglo IV su fe tanto desde el riesgo peligroso de la persecución como desde el esplendor primerizo de los primeros creyentes más cercanos en tiempo al propio Jesús de Nazaret. Personajes como el propio Obispo Patricio, Paula, Ciriaco y sus amigos, Adriana o Berenice o el mismo Marco Clodio vivencia la fe de una manera distinta: desde la responsabilidad religiosa, desde el amor y la amistad, desde la ayuda al prójimo o desde el propio pecado. Marco Clodio representa la tensión en la fe desde la curiosidad por ese Dios que ama desde el sufrimiento y redime con su propia muerte y la riqueza terrenal y el amor físico que determina la existencia humana. Baste con el análisis de este significado de la novela. Hay mucho más, pero es este el que más me ha llamado la atención.

Eduardo Muñoz Villén